9/7/08

FERNANDO TAMBORA Y CANTO















Colección Privada.
Obra realizada por jsebastian a los 12 años.

Era sólo un negro. Cuentan que en las noches la luz emprendía su cabalgata para venir a verle. En ocasiones de alegría cantaba. Cantaba también en las horas del llanto y la tristeza..


con toda la potencia de la raza, sus manos percutian el parche de cuero virginal, mientras él con el tronco de balso del tambor apretado entre las piernas, reia y vibraba todo, como si su cuerpo -uno solo con la música- fuese también una nota, jadeante y cristalina, negra y alta.

Poco a poco y casi sin quererlo, su nombre se fué expandiendo en caprichos de la fama, y a sus quince años el oficio diario de trasuntar sus quejumbres en ajenas alegrías le fue llenando la piel de unos huesos puntiagudos que él, con la exuberancia propia de los niños, mellaba en infinitas noches sin horarios. Que lo seguian, le dijeron. No creyó.

Doña juana su madre, que lo conocía bien pues lo había heredado en su vientre como única prenda de amor de un capitán de barcos peregrinos que por siempre habría de amar los mares más que a ella, se lo advirtió también. Y no creyó. Que va mamá decía imposible, la alegría no tiene enemigos.

Entonces, le ensordecía el corazón a fuerza de ternuras, bailaba para ella, estrenando croquis de danzas inauditas, le cortejaba en broma, y la negra, halagada y coqueta sólo para él -porque era hermosa y lo sabia- terminaba por dejarlo partir de nuevo para seguir soñando con el hombre que a esa misma hora y en cualquier parte del mundo estaría esperando el Norte, en rebrujos de tambora, para seguir guiando su barco sobre el mar.

Pero doña Juana no lo sabía, ni sabía tampoco que a él le habían brotado unas como pequeñas alas en los bordes de las manos ni que el tam tam de su tambora era percibido en toda América, en Africa, y en todos los puntos de la inmensa geografía de la sangre de changó, como el preludio de una convocatoria a un día feliz de canto universal.

Cuando murió solo, los diarios no publicaron la noticia. Pero se sintió crujir las columnas de la noche, y a lo lejos, el Lumbalú cortó su nota, desplomada en alguna oquedad del viento. El padre perdida la brújula sonora, hundió su barco en el ojo de algún huracán del Mar de las Antillas, y Doña Juana enloqueció al poco tiempo.

De ella y de su locura aprendimos este lenguaje exaltado que expresa la nostalgia del Africa no vista y nos consta que cuando se cumplen años de su muerte él aparece, en la misma esquina del crimen tocando su tambora y que sus ojos fulguran en la noche en infinitas partículas de luz.
Tarcicio Agromonte.
Autor.
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